Leticia
- Diana María Giraldo
- 19 sept
- 3 Min. de lectura
Tiene 92 años. Cada que va al Centro de Salud el médico y las enfermeras le dicen lo mismo “usted está muy mayorcita, no puede vivir sola, debe irse a vivir con sus hijos o conseguir que alguien la cuide.
La semana pasada tuvo un accidente. Pues, no le dijo a nadie. En la cita médica, la hija se enteró de la caída aparatosa que la dejó con moretones en los brazos y las piernas. “Má ¿qué le pasó?” “Nada importante, yo sé de golpes.”
Ella se hace la loca, no le importa. Ha sido rebelde toda la vida. Su mamá tenía conflictos con ella desde pequeña “usted porque es tan llevada de su parecer, haga caso, obedezca, así como lo hacen sus hermanas.”
Pues no hizo caso, no obedeció. Se casó con un buen hombre, agricultor que traía el fruto del campo a su casa. Tuvieron siete hijos, la mayoría mujeres. Ella no quería tanta gente, pero el Padre de la parroquia del pueblo le reconvenía “Leticia no sea tan hostil, los hijos son bendición de Dios. Sí Padrecito, pero que Dios bendiga a otras, a mí que Diosito me deje así sin más prole”.
Se casó solo por llevar la contraria. Con el tiempo ese hombre le generaba mal humor. Cuando llegaba con mercado, a ella le parecía poca cosa y salía a decirle que mal se iba a morir. Sus palabras eran duras, su actitud era displicente llena de indiferencia que causaba heridas en el esposo, los hijos y la familia en general.
Cuando llegaban los fines de semana, el esposo salía temprano para el pueblo. Iba a misa, almorzaba en el restaurante de las Rodríguez. Albita lo atendía muy bien, le servía buena comida y luego se lo llevaba a su habitación para que descansara en sus brazos. De ahí salía a beber, beber y beber. Llegaba a su casa antes de las 9:00 de la noche y con machete en mano se desquitaba de su mujer y también de sus hijos, que desconocían a su padre.
La tragedia no los alcanzó “porque mi Diosito es muy bueno” decían las vecinas.
Los años pasaron en ese son, entre palabras mortales y golpes duros.
Los hijos crecieron y con el respaldo de las tías, las hijas se fueron a vivir y trabajar en la ciudad. Les fue bien, y consiguieron una casita. Pensando en el bienestar de la mamá, le pidieron permiso a su papá para traerla con ellas a la ciudad. El señor no vio problema en el asunto. Leticia estaba feliz. Pensar en la ciudad, la gente, otros lugares, otras experiencias, más comodidad y lo mejor lejos del esposo.
Se instaló en la casa de las hijas, allí era dueña y señora. Todas felices, nuevos aires para todas, espacios para olvidar la escasez y la violencia de la finca, de su papá.
El padre quería visitar a su familia en la ciudad, realmente la extrañaba. Llegó a la puerta tocó, tocó, tocó y espero por largo tiempo que le abrieran. A Leticia no le importó la insistencia del hombre. No le respondió, no le abrió, ni el saludo le dio. Al hombre solo le quedó ir donde la suegra para pedirle hospedaje por unos días.
Así se libró de una vez y para siempre del hombre.
Cuando las hijas se casaron y se fueron de la casa, ella organizó los espacios asegurándose que no hubiera espacio para nadie más.
Los hijos que conocen la historia de su madrecita la cuidan, la respaldan, respetan su decisión, la honran y aprenden de estar mujer sabia, independiente, libre, autónoma que es su mamá. Han aprendido a vivir así, han aprendido a dejar por fuera los comentarios bien y mal intencionados de la gente.
Ya conocen a Leti, ella va sola, ella está feliz.

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