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La bruja

  • Foto del escritor: Diana María Giraldo
    Diana María Giraldo
  • hace 6 minutos
  • 2 Min. de lectura

No era como las pintaban en las caricaturas. Por el contrario, era bonita, inteligente, valiente y amorosa. Tenía cinco hijos que eran el motor de su vida. Todo lo que hacía era pensando en ellos, buscando asegurarles la satisfacción mínima de sus necesidades.


Toda una negociante, vendía de todo lo que podía asegurar éxito y ganancias. La pobreza la seguía  y ella se le escabullía, se iba por otro camino buscando la riqueza y la abundancia. 


Pero la vida es impredecible  y no siempre es justa. 


En la época de los narcos, allá en los ochenta, su esposo quiso ganar dinero adicional. La tienda no les alcanzaba para atender el presupuesto de la canasta familiar. El negocio de la coca era lo que estaba de moda, y junto con el dinero también la posibilidad de tener ciertos lujos.  Todo esto pasajero, porque como decían los abuelos  “lo que por agua viene, por agua se va”; y a la familia no le quedo nada, excepto un carcelazo que se llevó al esposo por un tiempo largo.


Junto con la cárcel, la situación de la mujer se volvió adversa como ninguna. Estaba sola y debía sostener al marido en la prisión, cuidar  de su familia y velar por el negocio para que se mantuviera a flote. ¡Muy difícil!  Fue el tiempo en el que se convirtió en bruja. El poder de mi Diosito no le alcanzaba para resolver los retos del día a día.  Puso su fe, entonces, en los riegos y baños para la buena suerte. Se empeñó en seguirla contra viento y marea. Leía las cartas, para completar las pensiones para el colegio de sus hijos. Hacía sesiones de espiritismo, para pagar las facturas mensuales que llegaban sin pausa y puntualmente.  


Los y las clientes prosperaban mientras ella se enredaba más y más en los lazos de la pobreza: ni salud, ni dinero, ni amor. Todo le era esquivo. Menos el centro de atención para los desventurados,  porque con frecuencia llegaban referidos de  aquellos que lograban atrapar la buena fortuna.


Tenía una enorme curiosidad que la llevó a especializarse: magia blanca, magia negra, verde, azul y de cualquier color; que le diera  ciertas habilidades para fortalecer su perfil de bruja. Tenía historias y testimonios  que confirmaban  sus poderes extraordinarios, haciéndola sentir orgullosa de su “profesión”. Esto era su aliciente en medio de las cuentas vencidas, las alacenas medios vacías, los hijos pasando dificultades en el colegio, el esposo enfermo y sin una respuesta judicial a su proceso, la tienda en quiebra, saldos en rojo… Peor no podía ser.


Pero estas adversidades no la desalentaron lo suficiente, y se fue sumando al gremio de las brujas y brujos de la ciudad;  gente que sabía cómo servirle  al diablo,  que siempre había sido un jefe muy generoso con los clientes y muy tacaño con sus servidores.


La señora, aún práctica la brujería. Perdió todo y vive en una casucha junto a una cañada. Los clientes  van aún a  buscar las respuestas para el amor, los negocios, la salud y la buena suerte. Aquellos más osados, se preguntan porque todas estas bondades siguen a otros y no acuden a ella. Solo es una pregunta, nada más.


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