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Ema: La historia de una mujer que no se rinde

  • Foto del escritor: Diana María Giraldo
    Diana María Giraldo
  • 24 may
  • 2 Min. de lectura

Me llamo Ema, vivo en un pueblito al sur del departamento de Antioquia. Allí donde el viento gira de regreso: Caramanta. Es un lugar muy bello, que aún conserva toda esa herencia colonial de balcones y ventanas en madera, con canastas de flores que cuelgan de ellos. Hace mucho frío. El sol sale hacia las nueve de la mañana, desplazando la neblina, que regresa hacia las seis de la tarde. Es un escenario perfecto para leyendas de miedo.


Nací hace treinta  y siete años. Toda mi vida ha transcurrido en este lugar. Aquí nací, crecí, estudié, me casé y aquí también, nacieron mis hijos: Daniel y Sarita. ¡Qué regalo! Mi esposo trabaja en una finca cafetera y yo ayudo con los gastos de la casa con mi emprendimiento. Hago arepas: telas, media tela, redondas. De maíz, de mote, y de chócolo, cuando se puede conseguir. Por ahora tengo pocos clientes, pero con determinación el negocio seguirá creciendo.


Hace un año me diagnosticaron cáncer de seno. Ya me extirparon la masa que tenía en el seno derecho y ahora estoy en quimioterapia en Medellín. Voy dos veces en el mes para que me apliquen el tratamiento y el oncólogo supervise como voy. La gente del hospital es muy amable conmigo. Tengo mucha fe en que me voy a sanar. Junto con la quimioterapia me preparo remedios naturales para aliviarme completamente.


Los viajes a Medellín son los viernes. En el pueblo solo salen dos buses al día para la ciudad: a las cuatro de la mañana  y dos de la tarde. Lo mismo para las rutas de regreso. La carretera está en muy mal estado. Tiene algunos letreros “Riesgo de deslizamiento, pase bajo su responsabilidad” Y todos nos echamos la bendición y  yo rezo: "Dios, por favor, guárdeme. Usted sabe de mis niños y de mi esposo, me necesitan. En ti, yo confío Diosito Santo“


Doña Carmen es mi vecina, mi mano derecha que siempre me brinda su apoyo cuando regreso tan indispuesta de la quimio. Prácticamente, paso todo el fin de semana en la cama, con vómito y sin ganas de comer, porque todo me sabe a metal. Para el lunes, ya me siento mejor y el martes retomo de nuevo el negocio.


Mi esposo trabaja mucho. Yo me levanto todos los días  y le organizo el portacomidas con el desayuno y almuerzo. Él es un buen hombre. Desde que estoy enferma no me toca, evita contarme los problemas y le pide a los niños que colaboren mucho. Y ellos así lo hacen: son buenas personas, excelentes estudiantes, hermosos hijos. Son muy unidos como hermanos y se cuidan el uno al otro. Pero aún son niños, Daniel tiene ocho años y Sara siete.


Los viernes que voy a Medellín, pienso mucho en ellos. A veces el tratamiento se alarga, y por más que corra no logro llegar a tiempo para tomar el bus de regreso. Me angustio… y mis niños, ¿quién los va a atender esta noche? Sé que mi esposo está atento, pero yo soy la mamá, la columna de mi hogar y quiero estar ahí por muchos años más. Mi familia me necesita. Yo tengo fe que me voy a sanar.



Imagen creada por IA
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