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Dolor de madre

  • Foto del escritor: Diana María Giraldo
    Diana María Giraldo
  • 8 may
  • 2 Min. de lectura

A las madres que sufren la pérdida de sus hijos.

 

Los dos hermanos pelearon desde el vientre de Rosalía. Parecían agua y aceite. Aprendieron a escribir y leer en la escuela de la Vereda La Amapola. Rosalía, más que Enrique, iba con frecuencia a la institución para atender las quejas por las continuas peleas que se armaban entre los hermanos.  Como buena familia paisa que se respete, era numerosa.  Todos, de una manera u otra, crecieron salpicados por las discordias de Andres y Tomás. Estaban divididos entre dos bandos.


Fue un fin de semana que inició la muerte lenta de la familia Jaramillo. Ese sábado en la mañana mataron un marrano. Una parte de la carne se vendía a los vecinos y otra era para la alimentación de la prole.  Era temprano, las hijas mayores ayudaban a Rosalía a asar las arepas, batir el chocolate, y freír la carne para el desayuno.  Entre servir la comida para tantos, se le escapó a la señora un pedazo adicional para Andrés.  Tomás reparó de inmediato en el detalle y la furia se le subió a la cabeza. Roja su cara como las brasas del fogón, salió enardecido y juró desquitarse de su hermano.


En la noche se encontraron con los amigos en el bar que estaba junto al retén de la policía, sobre la autopista que va a la capital. Tomaban cerveza, bailaban y conversaban.  Tomás estaba enojado, bebía con rabia, ira que ardía en su ser desde antes de nacer. Andrés se definía como un hombre que no le tenía miedo a nadie, y menos al baboso de su hermano. Tomaba con generosidad. Hablaban de su equipo de fútbol, de los jugadores, del director técnico. No era necesario un tema relevante para iniciar la bronca.  Cualquier pretexto les servía. Así se prendió la discusión: palabras fuertes, ofensas, gritos y desafíos.


Salieron al parqueadero. La noche fría, cubierta de nubes, neblina, cocuyos entre los pinos. El vapor salía por sus bocas. Los amigos los observaban, y uno que otro los animaba a calmarse. Nada nuevo para la gente de la vereda.  Andrés, dando la espalda, quiso abandonar la riña, pero Tomás, gritando, tomó una piedra y la lanzó con toda su fuerza “malparidooo” y en el acto lo asesinó.


Rosalía viste eternamente de negro, Enrique murió de un infarto, los hijos se fueron a vivir bien lejos de allí. La historia no se menciona por aquellos lados. El dolor y la vergüenza cubren los caminos.  Tomás, por el delito de fratricidio, paga condena en la cárcel de la capital.


“La casa es otra casa, el árbol ya no es aquel, han volitao hasta el recuerdo. Entonces ¿a qué volver? La magia ya se ha perdido ¿Quién la pudiera encender? Ni la tierra ya es de tierra. Entonces ¿a qué volver? “

A qué volver (1968) - Marta Mendicute / Eduardo Falú



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A qué volver (1968) - Marta Mendicute / Eduardo Falú

 
 
 

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