La hija mayor fue una deshonra para su familia. Había fracasado. Estaba en embarazo de un hombre casado, ¡qué tristeza, qué vergüenza!
Alicia esperaba un hijo sin padre. Fuera del matrimonio. En una profunda pobreza. Sin el apoyo de su familia. Solo recibía de ella señalamientos por haberse comportado como una cualquiera, como una mujer indecente.
Don Javier, efectivamente, era casado. Tenía su esposa oficial y varios hijos. Vivían en un buen barrio de la ciudad y contaban con todo lo necesario para una vida cómoda.
Alicia cumplió con el tiempo del embarazo y tuvo una niña. Los amigos le insinuaron que denunciara al señor y lo obligará, por la ley, a asumir su paternidad. Alicia lo habló con su mamá, y decidieron que, en su pobreza, sacarían a la niña adelante, sin ayuda del padre. La pequeña no necesitaba su reconocimiento ni nada de él; y él molestó en conocerla. Ellas, la abuela y la mamá, pero sobre todo la mamá la criaría sin su ayuda, todo por pura dignidad.
Don Javier, en sus andanzas, tuvo otros dos hijos más: un niño y una niña, de madres diferentes.
La madre del niño se llenó de valor y caminó, como pudo, por las calles de la vida tomada de la mano de su bendición. Así lo hizo. Por pura dignidad.
La madre de la niña obligó a su querido amante, por la ley, a velar por su hija, a darle el apellido, brindarle educación, pagar la cuota de manutención, derecho que la niña tenía. Así lo hizo. Por pura dignidad.

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