En la oficina paterna, se sentaron dos de sus hijos frente a la extraña que afirmaba ser hermana, por parte de padre. El mayor de ellos se había enterado de la aparición de “otra hija”, quince días antes. Él y su hermana hablaron con su padre sobre ella, y él no la negó; confirmó su paternidad.
Le contaron a su mamá. Estaban intranquilos pues no conocían el propósito de la desconocida.
Esa tarde, allí sentados los tres, Reinaldo –su medio hermano mayor– le contó del sufrimiento que le estaba causando ella, a su santa madre, con su visita inesperada:
“Quiero que sepa, que mi madre ha sufrido mucho después de saber de usted. Ya mi papá tiene otra hija, Ángela, nacida de otro affaire con una de sus amantes. Es que para mi santa madre no ha sido fácil vivir con él. Ella le toleró sus amantes, le tocaba organizarle la maleta para que saliera a pasear con sus queridas y, para colmo, también le tocaba lavarle la ropa untada de labial, olor a mujer y otras evidencias de sus apasionados encuentros. Ella levantó diez hijos con mucho sacrificio y sobrellevó al viejo con todas sus debilidades. Mi madre es una santa, ha sufrido lo inimaginable. Por eso, su presencia ahora lo único que hace es profundizar su dolor. Ella que pensaba que ya había vivido todo, y llega otra hija. Pobrecita mi madre, yo le ruego que por favor se mantenga lejos, que no le haga más daño, porque si hay mujeres santas, mi madre está sobre todas”
La hija ilegítima, salió de aquella oficina y no volvió nunca más. No era su intención perturbar a la santa en la santidad de su inmaculado hogar.
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