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Foto del escritorDiana María Giraldo

Memorias de mi abuela

Tengo otra foto más de Gracielita en mi escritorio. En ella sostiene un micrófono y se está dirigiendo a su audiencia. ¿Dónde la tomaron? ¿A quién le hablaba?  No sé, solo veo en la fotografía la bandera de los Estados Unidos al fondo de la pared.


Mi abuela viajó a USA al iniciar la década de los 70. Esos años viajó varias veces, y lo sé porque tengo sus pasaportes. Para el 1980 contaba con visa de residencia y junto con Pachito se fue definitivamente a vivir allí.  Tenía 50 años e iniciaba un nuevo tiempo en su vida lleno de oportunidades y cosas nuevas.


Ya había sufrido mucho la casarse a los diecinueve con un hombre sin recursos que solo tenia amor para ella y nada más. Al casarse asumió sin chistar la renuncia a ser la maestra del pueblo. A ella le gustaba enseñar y el alcalde le propuso a su papá que le diera permiso a Gracielita para que se encargara de la escuela de la vereda “Esa hija suya, Don Antonio José, es muy inteligente y podría ser la maestra de los niños y enseñarles matemáticas y escritura. ¿Usted que piensa?  Pues mire, la verdad mis hijas son mujeres de casa y yo no creo que ninguna mujer que tenga un hombre que vele por ella, necesita dejar la casa para trabajar.  Además, mi hija me ayuda en la administración de la carnicería. Le sugiero buscar por otro lado.”


La discusión de Don Antonio José y el alcalde no terminó allí, y mi abuela terminó siendo maestra en una escuelita en Santander de Quilichao. Dice una de las tías, que ella narraba este recuerdo con alegría. En las vacaciones de fin de año de 1939, conoció a mi abuelo, un hombre atractivo y trabajador de quien se enamoró y con quien se casó en diciembre de 1940. Renunció a su sueño, y se vistió de mujer casada.


Para el año de 1941 nació mi mamá, Marina, su hija Mayor. Y así la década de los cuarenta fue de recibir a los otros siete hijos que “mi Dios le dio” Dejó la Finca “La Divisa” hogar de Don Antonio y Doña Lucinda, y se fue a vivir al corregimiento de San José.


 Quiero contarles, que en el 2012 conocí este pueblito. Cómo dije es corregimiento del municipio de Risaralda, el cual queda a una hora de la ciudad de Manizales. La carretera que comunica a Risaralda con San José, es una vía terciaria con lo que se puede imaginar su estado. Entrando a San José, la calle era de placa huella. El pueblo tiene una calle principal que lo atraviesa de principio a fin. Recuerdo, que al lado derecho entrando está la iglesia, la casa cural y el parque principal. Al otro lado, casas y negocios. Entre ellas una casita sencilla pintada de azul, fue el hogar de la familia Jiménez Salazar.





La familia visito este lugar las veces que tuvieron oportunidad. Mi mamá guardaba una gran nostalgia y escribió varias historias sobre su infancia y adolescencia en este pueblito ubicado al filo de la cordillera, que permite ver el Nevado del Ruiz, Manizales, el Valle del Cauca y el Valle del Risaralda. En estos paisajes la imponencia y soberanía de las montañas, es otro nivel.


Graciela dio a luz a sus ocho hijos en este lugar, allí con mucha escasez y lucha, lideró su propia escuelita. La alimentación estaba nutrida por frijoles, cebolla larga, plátanos, yuca, maíz, papa de pobre, naranjas, limones y mandarinas. Poca carne, huevos, pollo. Con esto alimentó a su prole.


El Padre Peláez fue un gran amigo y proveedor para esta familia necesitada. La casa cural quedaba diagonal a la casa de los Jiménez, y como buenos vecinos la familia acompañó al sacerdote en el ejercicio de su ministerio. Las anécdotas con él fueron muchas. Hombre sencillo y práctico en su fe; desempeñó numerosos papeles en la vida de los abuelos. Entre ellos, él buscó internados para las hijas. Una cuestión hoy muy discutida, pero para la época esta era la costumbre en cuanto a la educación. También asesoró a los esposos  en sus pleitos de pareja y en la crianza de todos los niños.  Finalmente, les dio la bendición y los animó en el proyecto de irsen a vivir a Medellín


Para la década de los sesenta, se trasladaron para la Ciudad de la Eterna Primavera, en búsqueda de mejores oportunidades. Para este tiempo Marina, la hija mayor tenía 19 años. En los recuerdos está sobre todo que el traslado tuvo muchos inconvenientes, pues se alojaron en varias casas de amigos y familiares, hasta ubicarse en el municipio de Bello.  Allí Graciela trabajó puliendo camisas y pantalones de hombre para Almacenes Éxito. Marina y Gloria trabajaron como enfermeras auxiliares en el Hospital Mental y Fanny empezó a laborar en Leonisa.


Los setenta llegaron con compra de casa nueva, el sueño de Graciela por fin se hizo realidad. Los Jiménez se vinieron a vivir a Medellín. La casita era parte de un proyecto del Instituto de Crédito Territorial, mejor pagar cuotas para una casa, que no un arriendo toda la vida. Fue la década del nacimiento de los nietos, diez y siete en total. 


Fanny y Fernando se fueron a vivir a los Estados Unidos y con ellos se abrió la puerta para los abuelos, y la posibilidad de ir a vivir a otro país. Gracielita contaba con cuarenta y ocho años cuando viajo por primera vez fuera del país. Hizo algunas visitas más, pues ya tenía una nietecita que cuidar y era la principal razón de su cambio de residencia.


Para los ochenta, ya tenían visa de residentes y los esposos Jiménez Salazar se fueron a vivir a la ciudad de la Gran Manzana. Se ubicaron en Flushing donde vivieron más de 30 años. Me atrevería a afirmar, que fueron los mejores años para ellos.


Quizás la foto donde mi viejita aparece con un micrófono, esté contando su historia sobre como llegó a la tierra del sueño americano.


¡Chelita, tienes la palabra!




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