Soledad vivía en la capital. Se había esforzado mucho en su formación profesional, y debido a su carisma y competencia encontró un trabajo directivo en una multinacional.
Se casó con un colega; ambos pasados los cuarenta años. Soñaban con tener hijos. Así que nació Leandro quien rápidamente se convirtió en el centro de atención de ambas familias. Leandro heredó el carisma de la mamá y la inteligencia del papá, así que sobresalía en todo siendo el orgullo de sus padres.
Pero, Soledad quería tener más hijos. Siempre soñó con una familia como la suya –numerosa, en una casa grande con habitaciones y espacios confortables para todos–. Pero no siempre se puede tener todo lo que se sueña. A él le diagnosticaron artritis degenerativa. Comenzaron los tratamientos, el deterioro de su salud y el desgaste de la relación.
Ella estaba realmente deseosa de tener más hijos. Los años pasaban y la negativa de él, por su enfermedad, se hizo más firme.
Un día Soledad decidió visitar una clínica de fertilidad. Con su dinero compró el esperma, se sometió a una inseminación artificial, y quedó felizmente embarazada.
Para él, fue el fin. Cuando se enteró organizó sus cosas - enfermo y herido- se fue de la casa. Jamás lo superó, jamás le perdonó aquella “infidelidad”.
En junio nacieron las niñas. Ella feliz, pero sola, se encargó de velar por sus hijas. Él, más por apariencia que por amor, les dio el apellido y participaba con la familia en las actividades sociales que requerían su presencia.
Las niñas no entendían por qué su papá quería tanto a Leandro y a ellas las trataba con dureza. Los amigos y colegas tampoco lograban entender la fractura de esta familia.
Comments