Aquí estoy yo, la dueña del hotel y mis inquilinos. Fueron cinco huéspedes, solo que dos se fueron antes, y no tuve el privilegio de atenderlos como se debe. Habitan otras latitudes, y sé que están muy bien.
Soy la propietaria (eso dicen, aunque no me creo el cuento) y señora, decidí qué servicios prestar y cómo hacerlo. Creo que los clientes me darían probablemente cuatro estrellas. Digo yo…El montaje de este hotel no hubiera sido posible sin un socio que se comprometiera con la causa. Los huéspedes y yo estamos muy agradecidos por su trabajo y amor incondicional. Tanto él como yo hicimos lo mejor que se pudo, con los recursos que teníamos a la mano. De todas maneras, como propietaria asumo la responsabilidad, por todo lo que no salió bien. Ya he pedido perdón, y ellos me lo han otorgado.
Los inquilinos se están yendo, abriendo su propia versión del hotel. ¡Y cuanto me alegra verlos volar, amar, asumir retos! Seguro, que muchos de mis pensamientos, prácticas, menús, y otras cositas más harán parte del conjunto de sus nuevos hogares.
Y aquí estoy llena de nostalgia. Veo las fotografías de sus vidas y las lágrimas se me salen solitas; mientras viva el hotel estará abierto para ellos, claro con nuevos servicios; pero con el valor agregado de siempre: mi amor, mis abrazos, mis menús y sobre todo mi buen humor (del cual dicen ellos, "es falta de madurez") Nada que hacer.
Espero también seguir contando con la sabiduría que me ha dado el Dueño para ofrecer un consejo cuando lo soliciten, y un oído atento para escuchar y acompañar, ya no como la dueña sino como colega, compañeros del camino, como su amiga. Mis oraciones siempre por ellos, son lo mejor y ha sido un privilegio atenderlos.
Como ven, no es fácil cerrar el hotel Mama, y hasta el último suspiro de su propietaria este hotel seguirá abierto.
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