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Foto del escritorDiana Giraldo

Egoardo y la emigrante

Actualizado: 19 may 2021


Ego como le dicen sus amigos, vive en la capital del mundo. De su mundo. Era el mejor lugar del planeta para contenerlo a él. Un tipo con su porte y gustos no cabía en una ciudad pequeña. Allí se sitúo en un sector exclusivo (sí que excluyera todo aquello de poco gusto y clase). Su trabajo en la bolsa le daba para darse el lujo de vida que quería. El apartamento correspondía con lo que llaman “pent-house”. Tenía espacio para su gym, el cuarto principal con un vestier amplio, ropa y zapatos de marca. Se sentía muy orgulloso de su fino y exquisito gusto gastronómico: licores, conservas, y alimentos propios del delicatesen.


En una fiesta de la colonia conoció a la emigrante: una joven con acento y rasgos indígenas que no pasaba desapercibida. Era una indocumentada más en la gran manzana. Vivía del rebusque, haciendo trabajo por horas donde la contrataran.


El día que conoció a Egoardo se sintió sorprendida que un tipazo como él se hubiera fijado en ella. Salieron un par de veces, la cama no tuvo que aguardar mucho por sus cuerpos. Él conociendo su situación, la invitó a vivir por un tiempo en su casa en una habitación que usaba para cualquier cosa. Ella se imaginó todo lo que una mujer que se enamora, sueña: compañía, amor, cenas compartidas, sexo del bueno, una vida juntos.


Ella se ubicó en aquella habitación con sus maletas y pocas pertenencias. Ego fue claro respecto a las normas: Este es tu espacio, el resto es MI ESPACIO; no dejes tus cosas por regadas por ahí. Puedes cocinar si deseas, por favor mantén la puerta de tu cuarto cerrada y mantengamos esta amistad conservando la debida distancia.


En ocasiones él se mostró cariñoso, y bajo efecto de unos tragos la invitaba a dormir con él en su cuarto, ella enamorada sola, se metía con él a la cama, lo complacía. Él, poco acostumbrado a la compañía la devolvía sin mucha cortesía a su cuarto. Ella salía en silencio, se acostaba llorando y soñando con un hombre que no existía. Egoardo era así, puro ego.





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