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Don William y sus hijos adoptivos

Foto del escritor: Diana María GiraldoDiana María Giraldo

Cuentos cortos de hombres buenos


Le decían “Casquete” por su mandíbula desencajada. Aparte de eso no tenía su dentadura completa y algunos dientes podridos. Lavaba los carros de los comerciantes del sector y cuando no tenía suficiente para comer o pagar la habitación en que vivía, le pedía a los clientes y vecinos que le ayudaran. En general la gente le trataba con respeto, pero no faltaba quienes creyéndose superiores lo gritaran y menospreciaran.


Don William era uno de sus clientes, y le pagaba por limpiar el carro. Un día le pregunto por el problema de sus dientes, y él le respondió que no tenía cédula ni tampoco acceso al servicio de salud. Don William supo que “Casquete” se llamaba Fernando, que era un hombre solo, sin familia y que su mayor tristeza era haber perdido a su mamá hacía más de dos años.


“Bueno, dijo Don William, el primer paso es sacar la cédula”. Y aparto de su propio tiempo y dinero para ir a la registraduría y obtener el documento. Cuando Fernando tuvo su cédula estaba feliz, su identidad como ciudadano era una realidad. Diligenció todos los papeles que eran necesarios, y después de muchos inconvenientes y frustraciones adquirió su carnet de salud. Así empezó con mucho miedo el tratamiento para las extracciones de las piezas dentales dañadas, y el uso de la futura dentadura.


Todo esto fue un proceso de uno o dos años, en los que Fernando tenía siempre una razón más para no seguir adelante. Pero Don William no dejaba de animarlo, no le decía casquete, sino que lo trataba con la dignidad de su nombre. Cuando podía le daba almuerzo o dinero para la habitación. Fernando decía que Don William era su papá, y le pedía que lo adoptara oficialmente, que se lo llevara a vivir con él.


Cuando Don William, se fue a vivir a otra ciudad, Fernando lloró. Don William no olvida a este “hijo” y cuando puede lo visita y le sigue pagando para que le lave el carro.


Don William tiene su propia familia. Pero por las calles de otras ciudades, tiene hijos como Fernando. Lo llaman al celular, a veces, los visita y siempre tiene algo de dinero para ellos. Quisiera hacer más, pero su mayor regalo es la dignidad con que los ha tratado. Por eso, ellos lo consideran su papá y mentor espiritual.




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