Conocí a Leyla en una reunión de oración el año pasado. Es colombiana, pero vive desde hace muchos años en Venezuela. Me quiso contar de su familia. La suya era una familia feliz, que había prosperado en el vecino país. Eran papá, mamá y cuatro hijos, que crecieron al abrigo de sus padres en un ambiente de solidaridad y respeto.
Una de las hijas se había casado y de esa unión nacieron dos hijos preciosos. Qué alegría para los abuelos y los tíos ¡la familia estaba creciendo! Los tiempos eran favorables desde todo punto de vista. Sin embargo, la adversidad se aproximaba en el horizonte.
No solo empezaron las complicaciones con las políticas gubernamentales, sino que la abuela se enfermó y después de tratamientos e intentos por buscar la salud, murió. Al siguiente año, el hijo mayor de la familia desarrolló un cáncer y su deceso fue en cuestión de meses. ¡No puede ser, cómo es posible perder a mamá y a su querido hermano! El sobrino mayor, alegría de todos, sufrió un accidente en una moto, y después de muchos días en el hospital, falleció.
Leyla, era la hija mayor. Con toda solicitud atendió a su familia en esos tres o cuatro años de pérdidas y tragedias. No soportaba otra muerte más. Decidió con la fe que le quedaba ir a hablar con Dios. En la iglesia se arrodilló y con sinceridad y mucha fe derramó su dolor. Su petición para el Dador de la Vida, era simple: "Ya no más muertes, por ahora no más, déjame disfrutar a la familia que me queda, aparta la muerte, solo eso te pido"
Dios la escuchó y respondió su oración. Las luchas son otras ahora, pero siguen juntos y unidos.
Ella cuenta esta historia, sonríe porque no todos pueden decir que han conversado con Dios, y menos afirmar – como ella- que Dios le ha ayudado.
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