La mujer se fue ese fin de semana a celebrar el cumpleaños de su mamá en el pueblo del lado. Ella era una morenaza, fuerte, y con una gran capacidad para cocinar. Sus hermanos, pagaban sus gastos para que acompañara con su sazón todas las celebraciones familiares.
El negro era brusco, amiguero, bebedor sin tregua. La gente en el pueblo consideraba que tenía buena suerte, al tenerla como “mujé”.
El arroz de bonito, era el plato por excelencia que ella cocinaba. Los vecinos le pedían que les compartiera un poquito cuando preparara este manjar.
El negro celoso, de los vecinos y de ella; pensaba que un arroz de bonito no era la gran cosa. Cualquiera, incluso él podría hacer la receta y salir adelante con ella.
Ese fin de semana que la negra se fue, él se tomó sus tragos, y en medio de la conversación prometió hacerle a sus amigos el tal nombrado plato.
Al día siguiente dos de sus compas, vinieron para asegurarse el almuerzo. El negro estaba en la hamaca, con toda la pereza encima. Así que, desde su lugar comenzó a dar órdenes a los dos invitados: Tome el caldero, échele agua, échele arroz, aceite, sal, cebolla, tomate, ajo… revuelva bien y deje que eso hierva. Punto. Ahí está el arroz. ¿Vio que fácil?
“Compadre, y ¿el cebollín? Y… ¿esta salsita? Y …¿el bonito… cuando se le echa a la olla?”
El negro, tomando cerveza, dijo meciéndose en la hamaca: pues, échele eso y ya, que tanto misterio… Cómo dicen en la escuela “el orden de los factores no altera el producto” y soltó la carcajada.
Es necesario decir, que los amigos y el negro, ese día compraron sancocho a Doña Eulalia, la de la esquina.
El negro fue el hazmerreír de sus vecinos… Se le olvido la premisa que afirma “la experiencia no se improvisa”.
Me preguntas ¿Valoró el negro más a su negra después de aquel incidente? Pues, sí. No lo reconoce delante de ella, pero eso sí delante de sus amigos y vecinos, cuenta que ella es la mejor, y que el arroz de bonito ni él con toda su habilidad, ha logrado superarla. La negra lo mira, y se ríe.
Comments