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Un abuelo muy polifacético

Foto del escritor: Diana María GiraldoDiana María Giraldo

La vida de Pachito tuvo varias cosas interesantes. No creo que él se dio cuenta de ello, pero lo cierto es que a todos nos pasan cosas únicas e interesantes y quizás no nos damos cuenta.  Quiero compartir algunos roles que mi abuelo asumió, algunos por pura necesidad, y otros por gusto.


Nadie creería, por ejemplo, que mi abuelo tuvo su relación con el cine. Sí él, un zapatero que vivía en un pueblo humilde de la cordillera, fue el director de una pequeña sala de cine. Decía mi mamá que las bancas eran de madera, sin espaldar, de piso de tierra. Aunque la gente del pueblo asistía a las premiers, los más fieles asistentes eran sus hijos que se sentaban a ver las mismas películas varias noches hasta aprender de memoria los diálogos.


Junto con el cine, quizás vio en algún momento a Gardel y otros cantantes de Tango, y Don Francisco debutó como cantante. Con su sombrero y su bigote bien estilizado hizo sus imitaciones cantando con toda propiedad “El día que me quieras”.  El público no le faltó ni menos los aplausos y la petición de “otra, otra, otra”.


Viví en la casa de los abuelos que compraron el año de mi nacimiento. Crecí viendo las transformaciones de aquel lugar. De una casa unifamiliar entregada por el Instituto de Crédito Territorial, se pasó con el tiempo a dos casas, y finalmente a dos casas y un apartamento. Para cada necesidad, mi abuelo el arquitecto fue construyendo habitaciones, baños y ubicando instintivamente ladrillos, vigas, repisas y cositas por el estilo.


Tuvo la buena suerte de vivir por más de 20 años en los Estados Unidos. Primero se fue la tía Fanny, luego la abuela y el 1980 el abuelo se fue a vivir a Nueva York. Otra vez, me pregunto cuanto disfrutó de esta experiencia; teniendo en mente ese dolor intenso que guardaba en su corazón.  Sin embargo, le toco aprender cosas nuevas y sufrió el impacto de la liberación femenina. Allí aprendió a lavar su ropa interior, llevar los platos a la cocina y lavar la loza. Uno de sus trabajos fue planchar vestidos de mujer en una fábrica.  Se ganó el cariño de la gente y no solo fue el abuelo de sus nietas, sino también de los niños que cuidaba mi abuela. En EE. UU. tuvo una vida digna lejos de los problemas familiares, sociales y políticos de Colombia.


Con los años encima decidió regresar a su tierra a morir. Estuvo varias veces hospitalizado. Tuve la bendición de cuidarlo en esos momentos. Le decía a mi abuela, que la nieta de cabello negro había estado acompañándolo. Ya la memoria se había ido, y solo atinaba a recordar que yo era su nieta.


Estando en casa recuperándose de tantas dolencias, mi abuelo sufrió varios infartos, y con todo el dolor que esto le causaba se negaba a ir al hospital. Los hijos, ante el dolor tan grande del viejo, no tuvieron más opción que llevarlo a urgencias. No sabían que era el corazón desistiendo de su marcha. Ingresó a cuidados intensivos y estuvo allí como una semana y solo tenía media hora de visita al medio día.  Yo fui a verlo varias veces, me quedaba algunos minutos cantando, orando, acariciando sus cabellos blancos. Estaba en coma, creo que me escuchaba y sabía que allí estaba su familia. La muerte se demoraba, a pesar del estado de su corazón.  Llevamos a la abuela para que se despidiera, ella lo besó en los labios, toco sus manos y salió de la habitación llorando.  Esa noche falleció.


Con mi esposo organizamos el funeral. Lamenté por mucho tiempo que el abuelo falleciera solo en esa sala de cuidados intensivos, que no tuviera la compañía de sus seres queridos.  Sentí que debí haber hecho algo, pero no lo hice.


Con el tiempo tuve la respuesta a esta inquietud. No era necesaria la presencia de nadie, Dios estaba con él. Sí, porque el abuelo renunció a la religiosidad para tener una relación genuina con Dios, y Dios, como buen Padre y amigo, lo acompañó esa última noche de su vida.


Mi segundo apellido es Jiménez, heredado de este humilde zapatero. Yo soy tu sangre, mi viejo, y con estas historias honro tu nombre.







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