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Y usted ¿qué sabe de su abuela?

  • Foto del escritor: Diana María Giraldo
    Diana María Giraldo
  • 14 ago 2024
  • 3 Min. de lectura

Estoy en el coro de Rionegro. Me inscribí este año y estoy educando mi voz, regalo de Dios y cultivando el amor por la música, regalo de mis abuelos y de mi mamá. Estamos aprendiendo la canción de Katie James "Toitico bien empacao". Dice el coro "¿y cuénteme que sabe de su tierra? ¿y cuénteme que sabe de su abuela? ¿Qué sabe del maíz? o acaso ha olvidado sus antepasados y su raíz.


Y la pregunta me golpea el corazón. Son mis abuelos lo más cercano a mis antepasados. Son Francisco y Graciela los más allegados a mis ancestros. Y yo por ser histórica (no histérica) es que me parece tan importante saber quiénes me precedieron.


El año que nací cuando la familia se ubicó en Francisco Antonio Zea, murió la bisabuela Lucinda. Ahora me llegan historias y anécdotas de ella. Todos editados por la fuerza de los años, y la pérdida de la memoria. Creo que tengo una fotografía de ella. Me pongo una tarea: Buscar esa foto suya.


Volviendo a mi abuela, aquí sigo escribiendo sobre ella. Deseo escribir sobre mi infancia con ella. Siempre me sentí abrigada por su cariño, segura a su lado. Consentida y querida de manera especial por ella. Si de forma única, porque su cariño se confundía con pesar. ¿Pesar? Sí, lástima porque esta nietecita suya no fue reconocida por su papá, y era una huérfana de padre, una bastarda como decían en ese tiempo a los hijos ilegítimos. Eso hizo que mi agüela, me quisiera y prefiriera de manera especial. Ella sabía que en mi registro de nacimiento, era una niña con solo un apellido, el de mi abuelo, Jiménez.


Mis primeros años pase mucho tiempo en su casa. Recuerdo que me dejaba dormir hasta tarde. Cuando me levantaba tenía tiempo para jugar, y luego ella me servía el desayuno: Huevito revuelto, con arepa de maíz amarillo y chocolate negro. Sabía chantajearme, y yo con tal de obtener sus permisos, terminaba comiendo todo y bañándome temprano para salir a la calle y divertirme.


El barrio era tranquilo, junto a la casa pasaba una callecita que por estrecha no era muy transitada. Allí, mis hermanitas y primos montamos en triciclo, aprendimos a manejar bicicleta, mantener el equilibrio sobre los patines, correr, saltar, jugar chucha, yeimi, y escondidijo. Todo eso pasaba en esa calle, en ese barriecito cerca de la terminal. Había un parque cerca de allí, nos llevaba el abuelo. En medio del parque hay (todavía existe) una piedra grande. Bueno, grande para nosotros los niños. Nos montábamos ahí como siete personitas, ayudados por el abuelo. Esa era nuestra piedra del Peñol, pera también un gran barco donde nos protegíamos de los tiburones. ¡Qué imaginación!


En la sala Graciela tenía una mecedora, que cuando no podíamos salir ese mueble acogía a los niños que estuviéramos en casa. Y la silla como la piedra adoptaron personalidades diferentes. Los demás muebles eran de animal print. No recuerdo que Chelita fuera regañona, mas bien creo que era tranquila. Sin embargo, en una ocasión asesoró a mi mamá en el tema de la educación de las niñas. Y claro, yo solita era un angelito, pero con mis hermanitas era otra cosa. Esas tres niñas juntas tenían mas ideas de las que los adultos imaginaban. La abuela sugirió conseguir verbena para darles a esas “petaconas unas buenas pelas” cuando nos comportáramos mal. Creo que mi mamá usó solo una vez aquel instrumento, y eso fue suficiente para todas.


Chelita me llevaba en época de vacaciones a su casa. Eran momentos muy especiales para mí. Regresar a mi casa con mis papás era motivo de tristeza. Con mi abuela yo estaba bien, y a su lado pase cosas lindas en mi infancia.  Siempre yo esperaba con ilusión sus regalos de cumpleaños y de navidad. Le gustaba comprarme accesorios como aretes, cadenitas, pulseras, relojes. También muñecas y juguetes especiales. En mis fotos del primer año de vida estoy toda coqueta con mis joyas, regalos de Graciela y Marina.


Cuando se fue a vivir a los Estados Unidos, la extrañé muchísimo. Siempre que ella llamaba a mi mamá, yo insistía que me prestara el teléfono para saludarla y escuchar su voz.


Agradezco hoy todos los bellos recuerdos que me dejó esta abuela. ¡Gracielita, gracias por tanto

amor!


 
 
 

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