La verdad no. Cocinar está entre las labores de supervivencia que hago. Cocino por mi familia y por mí, como un acto para no morir de hambre. Claro que me gusta la comida, igual que a Ego, en Ratatouille. Sé cocinar lo básico: frijolitos, sancocho y ajiaco. Y no es que sea presumida, pero lo que cocino, me queda bastante bien. Tanto que tenemos algunos kilitos de mas, en casa.
Y claro, cocino por amor propio y amor a los míos. Así les digo, que aunque muchas veces no quiero entrar a la cocina, lo hago porque así les digo cuanto los amo. Y por eso, le pongo interés y dedicación a este oficio, ingrato por demás.
Ya de por sí tome algunas decisiones al respecto: mi familia sabe que yo cocino, pero que no voy a mercar. Saben que cuentan con el desayuno y el almuercito, pero que la cena, va por cuenta de cada cual. Sí, señora.
Pero, en mi reingeniería, me he dado a la tarea, de aprovechar el tiempo que paso en la cocina, haciendo algo más que cocinar. Me he dedicado, a usar este tiempo para aprender, para meditar, para orar.
En el silencio y la concentración que exige picar una zanahoria, descubro mis pensamientos, escucho un mensaje (y paro, para tomar nota en mi cuaderno) y elaboro mentalmente los talleres y charlas para las Mujeres de Esperanza, que son con quienes comparto estos aprendizajes.
Así que, me reconcilio por los laditos con este espacio de la casa. Y descubro que es una oportunidad para amar a los demás, no solo desde la preparación de los alimentos, sino también desde todo lo que hago en el proceso antes de servir y llevar a la mesa.
Y a ti, ¿Te gusta cocinar?

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