El niño estaba feliz porque iba para la cancha. Iba a jugar con Elkin. Estaba feliz de verlo y jugar futbol con él. El pequeño de tres años, contaba la historia una y otra vez. Estaba sentado en las piernas de la abuela, ella escuchaba los comentarios de la emisora que sonaba en el bus.
Llegaron a su destino. El niño lloró a todo pulmón porque no vio la cancha, ni a Elkin esperándolo. La abuela lo estrujo y amenazó al pequeño con el paquete que llevaba en la mano.
El pequeño lloraba, y la abuela en su interior maldecía la situación: a su hija por embarazarse de este pendejo de Elkin, que no sirve para nada. Lo maldecía por ser tan irresponsable, y le fastiaba profundamente, que el niño se pareciera tanto a su papá.
Lejos de allí, en una cafetería del mercado, la mamá del pequeño, medio distraída atiende a la señora que le pide un café con un buñuelo. La joven piensa en su pequeño, tan hermoso, ¡cómo se parece a Elkin! Cuanto quisiera hacer una familia con ellos dos. ¡Qué fastidio tener que soportar día a día la cantaleta y maltrato de su mamá!
Elkin cuida carros en un parqueadero. Tiene una foto de la chica y de su pequeño. No soporta a la abuela, así que mejor no se aparece por allá. Pobrecito Elkin, también lleva su cruz.

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