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Las mascotas de los Cáceres

Foto del escritor: Diana María GiraldoDiana María Giraldo

Aquí están junto a mi, en la cocina, me miran atentamente y esperan que les pase un pedacito de zanahoria: Son Lizzy y Joey las mascotas de esta familia. Los veo con sus ojitos, sus orejas hermosas, sus patas peludas y sus hocicos negros que olfatean todo.


Ella es blanquita, parece una corderita. Es una frend pudle que me regalaron en Manrique – cuando trabajé allí con la Fundación Ratón de Biblioteca - . Tiene ojos de diferente color: uno negro y otro azul. Llegó a mi casa después de convencer a mi esposo que sería temporal, sabiendo yo que era para quedarse. Una hermosura: juiciosa, tierna, consentida, le encanta jugar a recoger la pelota. Se puede pasar horas jugando con ella y no se cansa.


Joey fue un regalo de cuarentena para mi hija. Llegó siendo un cachorrito, una cosita súper tierna con sus patitas bellas, y una mancha de Cocker Spaniel en la cabecita. Desde que llegó supimos lo que nos esperaba, porque es todo un explorador, interesado en conocer con su hocico el mundo que le rodea. Y claro, al ser un perrito que consume mucha energía, su alimentación debe ser proporcional a su actividad.


Antes de ellos, estaba la reina de la casa: Lulú. Una perrita callejera, samaria, negra con patas blancas. De un genio… qué ni les cuento a cuántas personas mordió y las vergüenzas que nos hizo pasar. Fue la primera mascota de mis hijos, y por supuesto, ellos también fueron víctimas de sus colmillos. Territorial, inteligente, y muy consentida. Tanto que mi mamá, le enviaba regalos desde Estados Unidos: “Mija en la cajita que le mando, va unos atunes para Lulú, un vestido que le compré y la cobijita que le tejí.” Lulú, se nos fue en abril del 2017, murió de cáncer. Fueron días tristes.


Sí, estos animalitos llegaron, y hacen parte de nuestra familia. Yo en el pasado hubiera criticado tanto amor por estos seres inferiores, pero las cosas han cambiado en mi corazón. Hoy agradezco a Dios esos regalos que vinieron para “ser soporte emocional” para todos nosotros. Y sí, resulta que cuando hay tensiones en esta familia, ellos terminan siendo los puentes de encuentro; quienes escuchan y a veces acostados en la cama, simplemente acompañan mientras les pasan la mano por el lomo.


Han sido facilitadores para el ejercer el derecho a la ternura. Así los hombres de la casa, hablan a media lengua con ellos, los abrazan, les sirven la comida y elaboran diálogos imaginarios donde los perritos preguntan y ellos les responden. Igual hacemos mi hija y yo.


Reconozco que en este asunto hay excesos frente a las mascotas, cosas que rayan con la irracionalidad y con la estupidez de lo que hemos llegado a ser los seres humanos. Me gustaría creer que logro mantener el equilibrio en mis afectos caninos. Por ahora, los veo y los disfruto, sé que un día se irán y nos quedaran sus recuerdos, y desde mi corazón gratitud por su compañía y amor incondicional para nosotros, los Cáceres.


 
 
 

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