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El día que me perdí en el Tayrona

Foto del escritor: Diana María GiraldoDiana María Giraldo

Para Sarita y Ana María, dos amigas valientes que también se perdieron conmigo.


Esa mañana salimos Sarita, Ana y yo rumbo al Parque Tayrona; uno de los lugares más hermosos del Magdalena. Ellas se sentaron juntas, y no paraban de contarse las historias recientes de sus vidas. Yo me senté detrás de ellas, y disfrutaba del paisaje. Ingresamos al parque sin problemas. Caminamos - más o menos una hora y media - por el bosque tropical sintiendo la naturaleza y respirando ese aire limpio y fresco. Llegamos a Arrecifes, y de allí nos dirigimos a la playa “La Piscina”. Disfrutamos del mar y de nuestro refrigerio: pan, atún, maicitos, chocolatinas, y otras cositas más.


En el horizonte todo era grisáceo, muy poco sol y el oleaje, no tan fuerte. Hacia las dos de la tarde, iniciamos el regreso. La idea, era estar a las cuatro de la tarde en la entrada del parque para tomar el bus hacia Santa Marta. No habíamos avanzado tres minutos, cuando se desató una verdadera tormenta tropical. Empezó a llover de ¡qué manera! El mar estaba agitado y la caminata sobre la arena era pesada.


Continuamos con el trayecto, con la idea de llegar a Arrecifes y esperar allí a que dejara de llover. Caminamos siguiendo a Sarita, y otros turistas siguiéndonos a nosotras. Pronto nos dimos cuenta, que a pesar de la marcha continua, no llegábamos a Arrecifes. Ahí entendimos que en alguna parte habíamos tomado mal la ruta y ya no sabíamos donde estábamos. El agua había anegado todos los senderos.


Llegamos a una finca, donde un niño nos guío por otro camino para llegar a Arrecifes. Encontramos en el camino a unos campesinos, nos dijeron que había que atravesar una quebrada y que ésta se había desbordado y no había paso. No teníamos otra opción, y así avanzamos en medio del agua, la selva tropical y los pantanos sin pensar en los riesgos de serpientes y otros animales de la selva tropical.


Cuando llegamos a la caudalosa quebrada, dos italianos que se nos habían unido, alquilaron dos mulas y nos llevaron los morrales. Así la atravesaron, y nosotras nos cogimos de las manos, y a mí lo que se me ocurrió fue gritar “fuertes, fuertes, fuertes”. El agua nos llevaba con toda la fuerza, pero al final logramos asirnos de un bejuco de palma y las chicas salieron primero que yo.

Al fin, después de caminar como media hora más, logramos llegar a Arrecifes con el aguacero en su furor. No teníamos nada de ropa seca, todo se había mojado. Allí encontramos a un guía que salía para el sitio donde las busetas llevan a los turistas a la salida del parque. Con él decidimos seguir, pensando en que quedarnos no era solución por los mosquitos, el frío y que estábamos incomunicadas con la familia. No era posible quedarnos, y había que continuar.

El guía nos explicó con pocas palabras, que para llegar más rápido no tomaríamos los senderos sino que caminaríamos por la playa. Parece sencillo, pero no. Salimos hacia la playa, y hubo lugares donde la única manera de continuar era atravesando unas grandes piedras. El guía era joven y tenía dominio del sitio y unas botas panteras que le permitían el agarre a las rocas. En un momento, bajando por una de esas piedras no pudimos más.


Seguía lloviendo, tronando, y las olas se levantaban con fuerza. En momentos, la única forma posible de bajar a la playa era sentadas y arrastrándonos sobre esas inmensas rocas. Los italianos, nos seguían e imitaban.


Yo caminaba feliz, esto era una aventura regalo del Señor para mis cuarenta y siete años. Tenía la adrenalina al máximo, abría mis manos y recibía el agua, tenía la certeza de que íbamos a estar bien y que Dios no nos dejaría en este percance. Mi hija tenía los nervios de punta y me animaba a caminar más rápido, pero ese era mi máximo rendimiento. No tuve temor, me goce completamente aquel espectáculo de lluvia, truenos, relámpagos, selva, playa, olas gigantes, mar embravecido… ¿Cuántos pueden contarlo?


Llegamos a la entrada del parque, tomamos nuestro transporte de regreso a Santa Marta. Esa noche cenamos pollo “Arana” con bollito y salsa de ajo. Teníamos ahora una aventura que contar: Nos perdimos en el Parque Tayrona. Una caminata de una hora se convirtió en una emocionante travesía de cuatro horas.




 
 
 

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