Esa mujer lo amó con alma, vida y sombrero; Domingo fue su único amor. A él le entregó su juventud, su belleza, su fuerza, su pasión y su amor. Toda ella era para él.
Domingo permanecía feliz, seguro y cómodo sentado en una poltrona leyendo y viendo televisión; todo lo tenía a pedir de boca. Ella sola, batallaba con la vida diaria, poniendo el pecho a todos los frentes.
Un día su mujer recibió una atención de un colega. Un profesor, como un gesto de admiración le obsequió un hermoso accesorio. Este halago de otro hombre la hizo sentir muy especial. Sin embargo, nada pasó. En su vida no había lugar para otro hombre ni antes, ni ahora, ni después.
Cuando Domingo se enteró del regalo hizo lo posible por conquistarla de nuevo. Ella lo permitió y volvió a sonreírle de forma coqueta.
Él, aunque feliz por contar con ese cariño, no se perdonó a sí mismo su descuido y, cualquier tarde, lo encontraron sin aliento, sentado en su poltrona.
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