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Lulú

  • Foto del escritor: Diana María Giraldo
    Diana María Giraldo
  • 28 mar
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 1 abr

Para AnaM, JuanDa y JoseM


Llegué a esta casa llena de niños, tres son multitud. También hay un loro que me miró de reojo. Se veía medio mareado. El señor me trajo en sus brazos, pues yo era una cosita negra, pequeña, de patas negras y blancas. Los niños estaban felices con mi llegada. La señora llamó al señor aparte, y le explicó que yo era un gasto  mas y que el presupuesto estaba ras con ras. -¡Mira los niños, están tan contentos!” --No sé, no estoy segura-- dijo ella. Ahí supe que ganarme el corazón de la mamá era mi objetivo, que si lo lograba me quedaría allí de por vida. Me dedique a caminar detrás de ella y ponerle ojitos coquetos. ¡Gané! La ama lo hizo por los niños para disminuir el dolor del loro, que murió esa misma semana que yo llegué. Juro que no tuve nada que ver con su muerte, aunque hubiera sido un buen bocado.


Los niños lloraron a Juanchito, y yo los consolé con lengüetazos que salían del corazón. Tenía ahora una familia y no sería una perrita callejera como mi mamá y mis hermanitos. Me compraron una cuerdita para llevarme de paseo, vasijita especial para mi comida y un juguete para mis afiliados dientes.


Salíamos a la playa los cinco, y la señora pendiente de mi porque me comía todos los pescaditos que dejaban los pescadores tirados en la arena. Siempre los niños poniendo quejas y ella en voladora metiéndome los dedos hasta mi laringe, sacando lo que me había comido y evitando que me enfermara.


Me llamaron Lulú, y viví catorce años con mi familia. Vi crecer a los chinches, irse de la casa, madurar (aunque no todos).  A los meses de mi llegada, nos vinimos a vivir a Medellín. La abuela, la mamá de la señora recompuso una cumbia de Lucho Bermúdez y me cantaba “era una perrita costeña que se vino a Medellín, se la pasa todo el día comiendo aquí y allí… la aspiradora a toda hora”. ¡Tuve también abuela! Ella no estaba segura de llamarme nieta, de aceptarme como su nieta canina, pero yo sé que me amaba porque cuando se fue a vivir a los EU enviaba regalos paras sus nietos humanos y regalos para mí: una cobijita tejida por ella misma, vestidos y atún para perros. ¡Qué feliz fui!


Siempre quise mucho a mi ama, pero tengo que reconocer que mi amor por ella disminuyó. Un día se le ocurrió enviarme a pasar una temporada en la casa de su prima, que por esos días estaba con mucha tristeza. No lo podía creer cuando escuché la ideota de la doña. Entonces guardó en un maletín mis pertenencias y luego me entregó a su tía quien me metió en un taxi y me llevaron a otro barrio lejos de mi familia. La tía y su hija me trataron bien, pero yo les hice una huelga, no comí y lloré a grito herido.


“-- Sobrina venga por su mascota, su llanto no cesa, ha llorados estos dos días como una huerfanita --”. Esa era yo. El papá vino por mí, me montó en su carro y nos fuimos a mi casa con mis niños y con la señora esa, que había intentado liberarse de mí.  Pasé una semana sin permitirle tocarme. Si se me acercaba, ¡grrr! yo le ladraba enojada y así le advertí para que no me tocara, pues estaba muy brava con ella.


Si señores, tengo que admitir que fui una perra muy enojona, brava, mordelona, desconfiada, territorial y todo lo demás de lo que se me quiera acusar. En mi lista de víctimas, reconozco que mordí a los niños (a la niña no, porque era muy tierna conmigo) pero los niños me molestaban mucho cuando jugaban, y yo solo podía morderlos para establecer mis límites y decirles ¡basta! Ellos salían llorando, la mamá los atendía, los regañaba, luego los abrazaba y a mí para el patio, por alzada. También mordí a los amiguitos de los niños, vecinos y desconocidos. Mi peor error fue morder a la mamá del señor, y a la mejor amiga de la señora. Esa noche la amiga llegó de visita, me saludó y yo le cogí la mano sin darme cuenta que el besito se convirtió en mordisco. A la amiga, le cogieron dos puntitos y le dieron tres días de incapacidad. ¡Qué mal día!


Por esa forma mía de ser, varias veces me dejaron con mi agüela y no me llevaron de paseo. Las dos pasábamos muy maluco, la una con la otra. Ella se quejaba mas de mi que yo de ella. Maluco también es bueno.


En un intento por convertirme en una perrita con buenos modales, la ama me trajo compañía. ¡Qué tristeza tan triste, tengo reemplazo! Yo una criolla, fui cambiada por una perrita blanca, de raza, más joven y mucho más amigable que yo.  Claro ella le sirve tinto a los ladrones, yo los protejo, pero mis métodos no convencieron a la familia.


Nos llevamos mas o menos con la blanquita, que por cierto tiene nombre de reina: Lizzy. Yo también tengo mi nombre, experiencia y sobre todo territorio y recorrido.  No me busque que me encuentra. Mas de una vez le pegue su revolcada; usted allá, yo aquí.


Me fui el 17 de abril del 2017. Me dio cáncer. Toda la familia me cuidó con mucho amor. Tuve varias cirugías, pero al final mis dueños decidieron dejarme descansar en paz.  Fui una gran perrita para una gran familia. Mu fui sabiendo que el cariño de Lizzy los acompañaría otros años más.



 

 

 
 
 

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